La opinión pública parece que hubiera olvidado que las armas nucleares existen y siguen siendo la amenaza principal para la supervivencia de la especie. El tema no aparece en las primeras páginas de la prensa, ni en las entrevistas radiales o los noticieros de la televisión. Como la oferta informativa determina la demanda de noticias, los lectores, radioescuchas y televidentes tampoco encuentran de interés informarse sobre las bombas atómicas. A decir verdad, pareciera que fueran un asunto del pasado, sin mayor importancia para la vida actual.
Si un niño nos preguntara sobre el sentido de contar con armas de destrucción masiva que matan a otros niños, que pueden destruir varias veces el planeta y cuestan tanto que se podría dar agua y luz por una década a todos los pobres del mundo, sería muy difícil encontrar una buena respuesta. Pero si el niño además supiera que ahora (con el extraordinario desarrollo tecnológico) una bomba diez veces más poderosa que la de Hiroshima cabe en un maletín, que la tecnología de producción se esta simplificando, que es alta la probabilidad de que sea comprada o robada por terroristas y que ya algunos jefes de Estado están tentados de usarlas en forma “preventiva”, entonces quedaría absorto y en silencio por un buen rato.
El niño no podría imaginar que ese maletín detonado en su vecindario destruiría todo asomo de vida en su distrito. Y que la población de todos los distritos aledaños quedaría expuesta a radiaciones cancerígenas, sufriría quemaduras y daños genéticos irreversibles que afectarían a todos los niños de las siguientes generaciones. Menos podría imaginar que, además de estos horrores, una guerra nuclear arrasaría los campos de cultivos dejando a los sobrevivientes expuestos a la hambruna. Y ni siquiera se le ocurriría pensar que los gravísimos problemas ambientales que ahora se sufren, como el calentamiento global, la alteración del clima, la muerte de los glaciares o la contaminación, pudieran alcanzar cotas irreversibles y letales.
El niño no podría imaginar que ese maletín detonado en su vecindario destruiría todo asomo de vida en su distrito. Y que la población de todos los distritos aledaños quedaría expuesta a radiaciones cancerígenas, sufriría quemaduras y daños genéticos irreversibles que afectarían a todos los niños de las siguientes generaciones. Menos podría imaginar que, además de estos horrores, una guerra nuclear arrasaría los campos de cultivos dejando a los sobrevivientes expuestos a la hambruna. Y ni siquiera se le ocurriría pensar que los gravísimos problemas ambientales que ahora se sufren, como el calentamiento global, la alteración del clima, la muerte de los glaciares o la contaminación, pudieran alcanzar cotas irreversibles y letales.
¿Qué le tendríamos que decir entonces? Que las armas nucleares son la última expresión del garrote, la porra y el hacha. Que son la cúspide evolutiva después de la pólvora, la dinamita y la nitroglicerina. Que es un desarrollo natural que sigue a la pistola, la escopeta y la bazuca. Y si el niño, con testarudez e ingenuidad, nos preguntara: “¿y todo eso para qué?” Bueno, le tendríamos que decir, para que los poderosos inspiren miedo y conserven su dominio; para que aniquilen mejor y más rápido a sus enemigos; para que puedan acceder a los recursos estratégicos cuando los necesiten; para que su industria de guerra sea cada vez más perfecta, rentable y poderosa.
El niño podría preguntar una vez más: “¿O sea que siempre los países estarán en guerra?”. Bueno, responderíamos, eso es lo que habitualmente se cree, que la violencia forma parte de la naturaleza humana y que la guerra es tan natural como comer o dormir. Y el pequeño podría replicar: “¿Entonces, jamás habrá paz por algo que está sólo en la cabeza de los hombres? ¿Acaso el ser humano no puede cambiar lo que piensa? ¿No es que hasta los mismos animales se ayudan entre ellos? ¿No convivimos en paz con nuestros vecinos? Yo me puedo pelear con mis amigos, pero no los quiero destruir porque entonces me quedo solo y no tendría con quien jugar nunca más.”
Tienes razón, hijo, te quedarías solo. Pero, además, ¿a ti te gustaría que te maten? “Solamente de juego, pero no de verdad, porque mis amigos me quieren y yo quiero a mis amigos”. Bueno, igual tendría que ser con los gobiernos y los países. Se pueden poner de acuerdo para crear la cultura de la paz y la no violencia. Después de todo, lo que el ser humano se ha propuesto en la historia lo ha terminado por conseguir. No podía volar y voló. Quiso ir al fondo del mar y creó submarinos y equipos de buceo. Ahora ya viaja a la luna. Y, dentro de poco, llegará a las estrellas… Y así, un día, las bombas atómicas serán solo un mal recuerdo.